Unidad 4: Las naciones modernas
LECCIÓN 5: LAS NACIONES MODERNAS
En esta lección:
- aprenderemos sobre el concepto de la nación como una “comunidad imaginada”
- discutiremos la exclusividad de las naciones como concepto
¿Qué es una nación?
La nación como órgano de la vida social moderna tiene dos bases importantes e interrelacionadas. Por un lado, una nación supone una unidad étnico‐cultural: es decir, que sus miembros comparten la misma cultura, lengua y origen. Por el otro, la nación comprende la organización política de sus miembros bajo un estado que rige su vida social con un sistema de leyes, instituciones e ideologías. No obstante, la presencia de una de estas bases no conlleva la presencia de la otra: hay muchos grupos, como los puertorriqueños o los indígenas de Estados Unidos, por ejemplo, que se identifican como naciones étnico‐culturales, pero que no tienen estado propio. Sin embargo, en el vocabulario moderno la nación generalmente se entiende como una confluencia de la unidad cultural y la unidad política de un grupo: según el discurso dominante de la nación moderna, el bienestar de los ciudadanos es asegurado por la dirección política del estado, el cual define las normas de la vida pública a través de instituciones jurídicas, legales y educativas. Estas instituciones en principio responden a los intereses de la población y a la misma vez ayudan a consolidar una identidad nacional coherente.
El “alma” nacional
La nación moderna se distingue de otras formas de organización social, tales como la feudal o la tribal, por su delimitación en fronteras exactas y extendidas: la identidad y alianza de los ciudadanos es determinada‐‐tanto imaginaria como físicamente‐‐por los bordes del país, y no por su subordinación directa al ente de poder (i.e., el señor o el jefe). A diferencia de un reino o una tribu, una nación se compone de una comunidad de personas que no se conocen, ni muchas veces han visitado la capital o tenido experiencia directa con el gobierno, pero que sienten su unidad. En un discurso famoso de 1882, el filósofo francés Ernest Renan caracteriza la nación como una comunidad espiritual:
Una nación es una alma, un principio espiritual. Dos cosas, que de verdad no son más que una, constituyen esta alma o principio espiritual. La una descansa en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de memorias; la otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de perpetuar el valor de la herencia que hemos recibido indivisa. El hombre, señores, no se improvisa. La nación, como el individuo, es la culminación de un pasado largo de esfuerzo, sacrificio y devoción. De todos los cultos, el de los ancestros es el más legítimo, porque los ancestros nos han hecho lo que somos. Un pasado heroico, grandes hombres, la gloria (con lo cual quiero decir la verdadera gloria), éste es el capital en el cual se basa una idea nacional. Tener glorias en común en el pasado y tener una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos, querer hacer más‐‐éstas son las condiciones esenciales para ser un pueblo.1
Para Renan (y muchos otros pensadores modernos) la nación se define por una voluntad común‐‐es decir, el deseo de sus ciudadanos de perpetuar y defender su patria‐‐y por una continuidad temporal‐‐una memoria histórica de ancestros y héroes. Hasta cierto punto, entonces, la nación depende de las ideas y los sentimientos de sus ciudadanos: viene de un legado histórico que parece ser un elemento natural y común de la identidad de sus sujetos nacionales. Renan habla en el contexto de las naciones europeas, la mayoría de las cuales puede recurrir a una historia escrita de varios siglos y tiene poblaciones relativamente homogéneas. En el contexto de muchas otras naciones‐‐entre ellas, los Estados Unidos, las repúblicas de América Latina e incluso España‐‐sus conclusiones parecen menos lógicas. En estos contextos, donde el proyecto de la nación moderna implica una unificación de historias y grupos diferentes, marcados éstos por las huellas de la colonización, la esclavitud y la inmigración, es evidente que la identidad nacional no es natural ni biológica, sino producida. Pero ¿cómo se produce?
La “comunidad imaginada”
En gran parte, la consolidación de la identidad nacional opera por medio de un imaginario, o un conjunto de discursos que ofrecen un retrato moral, lingüístico, cultural e histórico de su carácter esencial. Estos discursos pueden ser diseminados textualmente (como el desarrollo de un canon literario, por ejemplo, o la estandardización de la lengua nacional en gramáticas y diccionarios) o bien por la representación visual o musical simbólica: casi todas las naciones modernas, por ejemplo, adoptan una bandera y un himno nacional como emblemas de su identidad. La circulación de estos discursos representativos y su internalización y reproducción por parte de los ciudadanos ayuda a constituir la nación, en las palabras del teórico inglés Benedict Anderson, como “comunidad imaginada”: Anderson explica que “la nación es una comunidad imaginada porque incluso los miembros de la nación más pequeña nunca conocerán a la mayoría de sus compatriotas, ni oirán hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (Imagined Communities 6).2 Anderson sitúa los orígenes de la nación moderna en los avances tecnológicos de los siglos XVIII y XIX, en particular la prensa y el ferrocarril, que facilitaron el movimiento eficiente de información y personas por largas distancias. Otro fundamento histórico de las naciones modernas es la Revolución Francesa (1789‐99), que, inspirada en las filosofías de la Ilustración, concibió por primera vez al estado como portavoz y reflejo de la población entera, y no como la propiedad de la nobleza. El lema revolucionario “Liberté, egalité, fraternité” encontró gran cabida en las luchas de igualdad y/o independencia que transcurrieron en la España y la Latinoamérica del siglo XIX, ayudando a moldear los imaginarios nacionales prevalentes de estos países.
Aunque en teoría la comunidad imaginada se compromete a una representación verosímil e inclusiva de todos sus habitantes, en realidad la práctica de imaginar la nación siempre acarrea la imposición de límites: así como los mapas delimitan un país con las fronteras que distinguen su territorio de las áreas circundantes, el imaginario define la nación al establecer lo que se incluye en su “territorio” cultural y lo que queda afuera de él. Si en un sentido amplio este ejercicio de inclusión y exclusión es cuestión de destacar las idiosincrasias de la patria‐‐de diferenciar, por ejemplo, a los alemanes de los franceses o a los argentinos de los chilenos‐‐también implica una limitación desde adentro: el retrato del cuerpo nacional históricamente promueve una identidad ideal del país, que selecciona y destaca ciertos elementos mientras vuelve otros invisibles. Al difundir una imagen ideal de la cultura nacional‐ ‐que puede comprender, entre otras cosas, una lengua oficial, una etnia o raza dominante y un modelo familiar heterosexual‐‐los imaginarios nacionales efectúan la uniformización discursiva de sus ciudadanos.
A continuación verá varios ejemplos de discursos de la nación moderna en el contexto del mundo hispánico. ¿Cómo se manifiesta la comunidad imaginada descrita por Anderson en esos objetos? ¿Cuáles son los imaginarios que promueven y a quiénes excluyen?
1“Une nation est une âme, un principe spirituel. Deux choses qui, à vrai dire, n’en font qu’une, constituent cette âme, ce principe spirituel. L’une est dans le passé, l’autre dans le présent. L’une est la possession en commun d’un riche legs de souvenirs ; l’autre est le consentement actuel, le désir de vivre ensemble, la volonté de continuer à faire valoir l’héritage qu’on a reçu indivis. L’homme, Messieurs, ne s’improvise pas. La nation, comme l’individu, est l’aboutissant d’un long passé d’efforts, de sacrifices et de dévouements. Le culte des ancêtres est de tous le plus légitime ; les ancêtres nous ont faits ce que nous sommes. Un passé héroïque, des grands hommes, de la gloire (j’entends de la véritable), voilà le capital social sur lequel on assied une idée nationale. Avoir des gloires communes dans la passé, une volonté commune dans le présent ; avoir fait de grandes choses ensemble, vouloir en faire encore, voilà les conditions essentielles pour être un peuple.” Ernest Renan,
“Qu’est‐ce que c’est qu’une nation?”
http://ourworld.compuserve.com/homepages/bib_lisieux/nation04.htm. 4 abril 2009.
2“It is imagined because the members of even the smallest nation will never know most of their fellow members, meet them, or even hear of them, yet in the minds of each lives the image of their communion” (6). Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. New York: Verso, 2006.
Antonio de Nebrija, Gramática de la lengua castellana (1492)
Antonio de Nebrija, filólogo y humanista del siglo XV, se destaca como figura histórica de España por promover la estandardización e imposición del castellano como lengua oficial de todos los reinos consolidados bajo el poder de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, y por extensión del imperio que habría de construir la Corona española durante el siglo XVI. La promoción de la lengua castellana que hizo Nebrija con su gramática de 1492 y al escribir el primer diccionario español en 1495, es importante por dos razones: primero, porque afirmaba el valor de las lenguas vulgares (es decir, las lenguas romanas que se consideraban una forma degradada del latín clásico) para la cultura nacional; segundo, porque aislaba a una de múltiples lenguas habladas en la Península Ibérica (entre ellas, el catalán, el gallego y el vasco, que siguen siendo la lengua materna de muchos ciudadanos españoles) como la que uniría a todos los sujetos de la Corona y que constituiría el estándar oficial de comunicación.
Lea a continuación una selección del prólogo de la gramática de Nebrija, escrita como una carta a la reina Isabel. Luego conteste las preguntas de comprensión.
Cuando bien conmigo pienso muy esclarecida Reina […] una cosa hallo y saco por conclusión muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio: y de tal manera lo siguió: que juntamente comenzaron. crecieron. y florecieron. y después junta fue la caída de ambos. […] vengo a las más frescas: y aquellas especialmente de que tenemos mayor certidumbre: y primero a las de los judíos.
…
Cosa es que muy ligeramente se puede averiguar que la lengua hebraica tuvo su niñez: en la cual apenas pudo hablar. y llamo yo ahora su primera niñez todo aquel tiempo que los judíos estuvieron en tierra de Egipto. Porque es cosa verdadera o muy cerca de la verdad: que los patriarcas hablarían en aquella lengua que trajo Abraham de tierra de los caldeos: hasta que decendieron en Egipto: y que allí perderían algo de aquella: y mezclarían algo de la egipcia. Mas después que salieron de Egipto: y començaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente: poco a poco apartarían su lengua cogida cuanto yo pienso de la caldea y de la egipcia: y de la que ellos ternían comunicada entre sí: por ser apartados en religión de los bárbaros en cuya tierra vivían. Así que comenzó a florecer la lengua hebraica en el tiempo de Moisén […] Mas después que se comenzó a desmembrar el Reino de los judíos: juntamente se comenzó a perder la lengua: hasta que vino al estado en que ahora la vemos tan perdida: que de cuantos judíos hoy viven: ninguno sabe dar más razón de la lengua de su ley: que de cómo perdieron su reino: y del ungido que en vano esperan.
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Lo que dijimos de la lengua hebraica … podemos muy más claramente mostrar en la castellana: que tuvo su niñez en el tiempo de los juezes y reyes de Castilla y de León: y comenzó a mostrar sus fuerzas en tiempo del muy esclarecido y digno de toda la eternidad el rey don Alonso el sabio. Por cuyo mandado se escribieron las Siete Partidas. la General Estoria. y fueron trasladados muchos libros de latín y arábigo en nuestra lengua castellana. La cual se extendió después hasta Aragón y Navarra y de allí a Italia siguiendo la compañía de los infantes que enviamos a imperar en aquellos reinos. y así creció hasta la monarquía y paz de que gozamos primeramente por la bondad y providencia divina: después por la industria. trabajo y diligencia de vuestra real Majestad. En la fortuna y buena dicha de la cual los miembros y pedazos de España que estaban por muchas partes derramados: se redujeron y ayuntaron en un cuerpo y unidad de reino. La forma y travazón del cual así está ordenada que muchos siglos. injuria y tiempos no la podrán romper ni desatar. Así que después de repurgada la cristiana religión: por la cual somos amigos de Dios o reconciliados con él. Después de los enemigos de nuestra fe vencidos por guerra y fuerza de armas: de donde los nuestros recebían tantos daños: y temían mucho mayores: después de la justicia y ejecución de las leyes: que nos ayuntan y hazen vivir igualmente en esta gran compañía que llamamos reino y república de Castilla: no queda ya otra cosa sino que florezcan las artes de la paz. Entre las primeras es aquella que nos enseña la lengua: la cual nos aparta de todos los otros animales: y es propria del hombre.
Simón Bolívar, la carta de Jamaica
Simón Bolívar (1783‐1830) es la figura principal de las guerras de independencia de Hispanoamérica (1810‐1824). Jugó un rol integral en la independización de 5 países de América Latina‐‐Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá‐‐por lo que es conocido como “el Libertador”. Antes de su muerte en 1830 Bolívar fue presidente de la Gran Colombia (nación efímera compuesta de lo hoy son Panamá, Ecuador, Colombia y Venezuela), del Perú y de Bolivia. En 1814, en el momento más crítico y desilusionante de sus campañas de independencia, Bolívar viaja a Jamaica. Es allí, en Kingston, donde escribe una larga carta‐‐fechada el 6 de septiembre de 1815‐‐que esboza la posible futura organización política de la región. Lea a continuación una selección bien conocida de su tratado, en la cual Bolívar explica la dificultad de imaginar la identidad nacional de las eventuales repúblicas hispanoamericanas. Mientras lee, piense en la “comunidad” imaginada por Bolívar. ¿A quiénes incluye y a quiénes excluye?
…
Todavía es más difícil presentir la suerte futura del Nuevo Mundo, establecer principios sobre su política, y casi profetizar la naturaleza del gobierno que llegará a adoptar. Toda idea relativa al porvenir de este país me parece aventurada. ¿Se puede prever cuando el género humano se hallaba en su infancia rodeado de tanta incertidumbre, ignorancia y error, cuál seria el régimen que abrazaría para su conservación? ¿Quién se habría atrevido a decir tal nación será república o monarquía, ésta será pequeña, aquélla grande? En mi concepto, esta es la imagen de nuestra situación. Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil. Yo considero el estado actual de la América, como cuando desplomado el imperio romano, cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias, o corporaciones; con esta notable diferencia que aquellos miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte, no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado. No obstante que es una especie de adivinación indicar cuál será el resultado de la línea de política que la América siga, me atrevo a aventurar algunas conjeturas que desde luego caracterizo de arbitrarias, dictadas por mi deseo racional, y no por un raciocinio probable.