Unidad 6: Cultura élite/cultura popular/cultura de masas
El término “cultura” es uno de los términos más difíciles de definir en cualquier lengua. Su origen etimológico proviene del latin cultivar y hace referencia al acto de dar a la tierra y a las plantas el trabajo necesario y correcto para que puedan fructificar. Del mismo modo y como analogía con el trabajo agrario, la palabra cultura pasó a significar el cultivo de ciertos aspectos intelectuales, sociales, artísticos, etc, que el individuo debía desarrollar para su evolución personal y colectiva.
Este concepto de cultura como refinamiento denominó en Europa hasta finales del siglo XIX: durante ese tiempo, la cultura era el desarrollo de la inteligencia y los sentidos, en la misma manera que la agricultura implica una cultivación de la tierra con el objetivo de conseguir los mejores frutos. El cuidado necesario para llevar a cabo tal “cultivación” por supuesto sugiere que la cultura en las sociedades occidentales de la modernidad se reservaba para las élites sociales y las personas educadas.
En la Edad Media, por ejemplo, las universidades eran lugares donde una pequeña minoría podía acceder al conocimiento de la época. Durante este periodo se consideraba que una persona debía estudiar siete tipos de artes liberales (de ahí el concepto de Liberal Art que se puede ver en las actuales universidades estadounidenses) para estar culturalmente e intelectualmente formada. Estas siete artes se dividían en el Trivium (gramática, dialéctica y retórica) y el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música).
Esta forma de entender la cultura como una serie de conocimientos que había que dominar para acceder a ella comenzó a cambiar en el siglo XIX con el nacimiento de nuevas disciplinas como la antropología o la sociología. Este tipo de ciencias desplazaron el significado para desligarlo únicamente de las bellas artes y relacionarlo también con otros campos como las prácticas religiosas, económicas, gastronómicas, educativas, etc. Con este “giro” (turn) se buscaba entender la cultura como un fenómeno más amplio y no solamente algo perteneciente a las clases privilegiadas.
Con miras a esta ampliación del concepto, el teórico inglés Raymond Williams afirmará en 1956 que “culture is ordinary”. Este análisis de la cultura como fenómeno más democrático ha alcanzado mayor aceptación a partir de la revolución digital que estamos experimentando desde finales del siglo pasado. Nuestra sociedad hiperconectada gracias a la aparición de internet y de nuevos avances tecnológicos han facilitado una proliferación de nuevas formas culturales, muchas de las cuales responden sólo en parte a una definición exacta. Lo que antes era una característica cultural local, puede convertirse en un fenómeno global. Pero para acotar los límites debemos antes definir las nociones de cultura “élite”, cultura popular y cultura de masas, entendiendo sus características pero también aceptando la imposibilidad de clasificar del todo estas categorías.
Nos enfocaremos en tres de estas definiciones–la cultura “élite”, la cultura popular y la cultura de masas–primero para analizar sus características históricas y económicas, y segundo para señalar las dificultades que frustran el intento de clasificar la cultura según estas categorías
Cultura élite
Por “cultura élite” se entiende el conjunto de productos y prácticas propios de los sectores dominantes de la sociedad, bien sean las clases altas (la aristocracia o la burguesía, por ejemplo), o las élites religiosas o intelectuales y que no necesariamente gozan de un privilegio económico.
Para Matthew Arnold, pensador inglés del siglo XIX, la cultura se define por “el conocimiento de lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo”. Como sugiere la definición de Arnold, el factor determinante de la cultura élite es su calidad–el valor intrínseco que distingue “lo mejor” que se ha producido. Este valor es determinado a su vez por los connoisseurs (conocedores) que estudian y evalúan la producción cultural conforme a los estándares de belleza y sabiduría que imperan en su sociedad. La marca de la cultura, según esta interpretación, sería poder producir algún objeto (libro, pintura, pieza de música) que sea comparable con las obras de arte más destacadas, o bien poder reconocer y evaluar el valor del arte comparándolo con éstas. La cultura élite se condiciona por el culto del genio, sobre todo a partir del Renacimiento europeo: es decir que los productos culturales, sobre todo las obras de arte, tienen un lazo fuerte con la reputación y el “genio” de su creador y se identifican con su nombre. A pesar de esta importancia otorgada a los productores del arte, el enfoque de la cultura élite en la belleza y sabiduría como pautas de valoración corresponde a su apreciación del arte como actividad desinteresada: es decir, que el arte, lejos de ser destinado a un consumo mercantil, debe contener su propio fin. No es de extrañar en estos ámbitos elitistas surgiera durante el siglo XIX la idea de “al arte por el arte”, esto es, una idea del arte como entidad totalmente autónoma y alejada de los problemas sociales cuya meta final es alcanzar lo sublime en sus diferentes manifestaciones.
Una de las características del la cultura élite es que contiene unos códigos propios que se han de conocer a priori para poder disfrutar y entender plenamente el significado de la producción cultural que general Estos códigos solo son accesibles a través de una formación privilegiada y se intentan mantener herméticos para que dicho conocimiento mantenga un alto estatus.
Un ejemplo perfecto de este tipo de cultura en el ámbito hispano lo encontramos en la poesía barroca del poeta cordobés Luis de Góngora (1561-1627), cuyo estilo literario se denominó casualmente culteranismo. Miremos un ejemplo:
Soneto XIX
A don Francisco de Quevedo
Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Beleforonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier greguesco luego.
Cultura popular
La cultura popular puede tener múltiples definiciones según el contexto en que se invoque; en las áreas culturales de Latinoamérica y la Península Ibérica, se refiere a los productos y prácticas de las clases populares (clase baja). A diferencia de la cultura élite, en teoría, la cultura popular es producida y consumida por toda la comunidad. El valor de estas prácticas no depende de su refinamiento o sabiduría, sino de ser apreciadas y accesibles por y para la gente común. Asimismo, los productores de la cultura popular no ganan en reputación por su genio o innovación, sino por su cabida con el público, de modo que muchas artes populares son anónimas o de fabricación colaborativa y colectiva. El carácter comunitario de lo popular tiene varias implicaciones importantes: primero, tiende a representar gustos locales en vez de mirar hacia las modas nacionales o globales; segundo, porque lo popular se considera representativo de los grupos más humildes de la sociedad. Los gobiernos nacionales históricamente han coaccionado sus formas culturales como símbolo auténtico de la nación (tal sería el caso, por ejemplo, del muralismo mexicano); finalmente, porque en principio constituye la voz del pueblo, la cultura popular es imbuida del potencial de contestar al poder, y por tanto se le atribuye un fuerte significado social.
Sin embargo a partir del siglo XX las líneas que delimitan las nociones entre cultura élite y cultura popular se han ido difuminando ya que en muchos casos los elementos culturales han pasado a formar parte de la cultura de masas e incluso a la cultura de élite.
Piensa por ejemplo en el jazz. Un tipo de música que surgió en Luisiana en el seno de la comunidad negra y que adoptaba elementos de la música tradicional africana, caribeña, española y francesa. El origen de esta música surgió como forma de entretenimiento entre los esclavos de las plantaciones del sur pero tras la Guerra de secesión americana (American Civil War) y, sobre todo, con la entrada al siglo XX, este tipo de música se fue perfeccionando y llegando cada vez a un público más especializado y urbano. Con el tiempo el jazz se convirtió en un símbolo de estatus intelectual y de buen gusto musical en los circuitos académicos e intelectuales. ¿Dejó por tanto el jazz de ser una música popular? ¿Perdió su raíz contenstataria para pasar a ser un fenómeno más snob y posteriormente comercial?
Estas preguntas no son fáciles de responder ya que todo producto cultural que pasa por un proceso de contacto, hibridación o globalización tiende, por fuerza, a cambiar parte de su identidad. Es el precio a pagar por expandirse. LA globalización nos permite conocer el arte popular de partes del mundo al que antes nos era imposible acceder, sin embargo, al posar nuestros sentido sobre él ya estamos ejerciendo un cambio. ¿Consideras que esto es positivo? ¿Crees que deberíamos mantener la producción cultural popular inalterada y en su mayor pureza o crees que el cambio es inevitable?
Cultura de masas
La cultura de masas tiene su origen en el surgimiento de nuevos medios de comunicación en las primeras décadas del siglo XX. Con la transmisión de una panoplia de nuevas formas culturales a través del cine, la radio y la televisión, se desarrollaron otros modos de producción y consumo cultural: éstos se marcaron sobre todo por la escala masiva de su circulación y por su íntima vinculación con el mercado.
Por primera vez, la cultura se difundía a un público enorme y anónimo. Los espectadores del cine u oyentes de la radio se definen primero como consumidor; a diferencia de la cultura popular o la cultura élite, la cultura de masas no pide a su audiencia conocimiento, buen gusto o comunidad, sino un comportamiento consumista. Por esta relación mercantil entre productor y consumidor, los teóricos culturales generalmente asocian la cultura de masas con el estancamiento y la alienación de la sociedad. Max Horkheimer y Theodor Adorno, dos críticos culturales influyentes de la primera mitad del siglo XX, denunciaron esta alienación en La dialéctica de la Ilustración (1944):
“Diferenciaciones marcadas, tales como las de filmes “A” y “B”, o de cuentos de revistas de diferentes precios, no dependen tanto del contenido como de la clasificación, organización y encasillamiento de los consumidores. A cada cual se le ofrece algo para que ninguno se escape; las distinciones son enfatizadas y extendidas. El público es acomodado con una gama jerárquica de productos fabricados en serie y de calidad variable, para así promover la regla de cuantificación total. Todos deben comportarse (como espontáneamente) de acuerdo con su nivel indicado y determinado, y elegir la categoría de producto de masas distribuido para su tipo.”
Lo que más retan Horkheimer y Adorno de la cultura de masas es la cosificación del público que ésta efectúa al catalogarlo según un esquema de consumo económico. Muchos críticos comparten su postura, señalando la pasividad de los consumidores frente a los medios masivos de comunicación.
En la misma dirección el intelectual Dwight Macdonald señalaba que:
“El arte popular creció de abajo a arriba. Fue una expresión espontánea y autóctona del pueblo (…) sin aportación de la alta cultura. La cultura de masas está impuesta desde arriba. Esta fabricada por técnicos contratados por hombres de negocios; sus audiencias son consumidores pasivos y su participación se limita entre comprar y no comprar. El arte popular era la institución propia del pueblo (…) que lo separa del formalismo de la cultura de élite, mientras que la cultura de masas rompe esa separación, integrando a las masas en una forma degradada de alta cultura, convirtiéndose en un instrumento de dominación política.”
Algunos afirman incluso que la cultura popular hoy día es sinónima de la cultura de masas: que todo producto o práctica, al final, es valorado por su demanda mercantil. Piensa en el ejemplo del jazz que hemos mencionado anteriormente. Las categorías élite, popular y masiva reflejan en teoría distintivos identificables de la esfera cultural. No obstante, pocos ejemplos de la cultura moderna y posmoderna corresponden enteramente a una sola categoría. ¿Cómo calificamos, por ejemplo, al tráfico cultural de Internet (los blogs, YouTube o las funciones de Web 2.0)? ¿Cómo se clasifica a un autor, artista o músico que trabaja como profesional pero que se compromete con los intereses de un público humilde (como Diego Rivera, por ejemplo)? ¿Cómo categorizamos a un artista que compone música popular pero de distribuye a través de una multinacional discográfica? ¿Qué pasa, por ejemplo, con una ópera del siglo XIX pero que ahora es accesible y gratuita a todo el mundo a través de plataformas como Youtube? ¿Sigue siendo una actividad elitista?